domingo, 25 de octubre de 2009

En la pampa de Ayacucho


Recordaba del cole en las clases de historia el nombre de Ayacucho por la batalla de dicho nombre y hoy hemos visitado dicho lugar. Por la mañana hemos tomado un "mototaxi" que nos ha llevado al sitio de donde parten los colectivos hacia Quinua. En los colectivos se viaja literalmente como sardinas en lata y a pesar de todo, cuando entras en el micro atestado y supones un apretón para todos, te reciben con sonrisas.
Hemos hecho el primer trayecto hasta los restos arqueológicos de Wari, pero al llegar a la entrada no había nadie y optamos por penetrar en la zona donde había sepulturas protegidas por cobertizos y dos o tres letreros explicativos, pero nada más y como no teníamos a nadie para explicarnos más, nos hemos quedado un poco in albis.
Todo esto situado en un auténtico bosque de opuntias y otros tipos de cactus.
Luego, en la carretera de nuevo, hemos esperado la llegada de otro colectivo que no se ha hecho esperar y hemos seguido hasta Quinua y el sitio de obelisco en la pampa. Nada más bajarnos del micro, se nos han acercado varios niños que se ofrecían para relatarnos el evento o cantarlo también. De momento hemos visto el obelisco y cuando estábamos arriba se nos ha acercado un niño con la misma oferta; a éste le hemos dicho que sí y nos ha recitado de corrido toda la batalla con los nombres de los generales e incidencias habidas en la misma.

Hemos vuelto al pueblo donde había mercado y como amenazaba tormenta y no teníamos mucho que hacer allí, hemos vuelto a Ayacucho a continuación.
Esta es una pequeña ciudad con muchos edificios coloniales y muchas, muchísimas iglesias, según la guía que manejamos, más de treinta y tres. Ayer mismo, a poco de llegar, vimos cerca del hotel una procesión en la que adolescentes paseaban una virgen profusamente iluminada. Luego nos enteramos que un colegio celebraba algún aniversario. La fiesta duró, pues a continuación hubo fuegos artificiales, tracas y bombazos en abundancia.
A diferencia de Cusco, aquí podemos circular tranquilamente por la ciudad sin que continuamente nos asalten queriéndonos vender algo.

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